¿Qué tienen en común Carmen Baroja, María de Maeztu, Isabel Oyarzabal “Beatriz Galindo”, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, María Lejárraga “Martínez Sierra”, Clara Campoamor, Matilde Huici, Josefina Blanco, Concha Méndez, o Encarnación Aragoneses más conocida como Elena Fortún…?
Todas son distintas, unas licenciadas, otras profesionales, otras amas de casa, unas solteras y otras casadas, pero, entre ellas existe un nexo común: fueron las socias fundadoras del Lyceum Club en Madrid 1926.
¿Un Club exclusivo de mujeres? Sí. Siluetas rectas a lo mancebo, pelo a lo chico, cigarrillos egipcios…, ¡la mujer española se lanza a la modernidad!, resaltaba la prensa del momento. Una prensa que, bajo la directriz de un catolicismo tradicional criticó y calumnió la iniciativa.
Desde su constitución estuvo el Club vilipendiado y señalado, por su modernidad, por ser apolítico y aconfesional, por tener una gran biblioteca que eludía la censura eclesiástica, por tener fines culturales, y por motivar, dignificar y querer construir una nueva mujer con derecho al voto que reclamaba cambios en el código civil. Su presidenta María de Maeztu dijo “Es algo más que un sitio de recreo”.